Una cuestión de principios

La vida me llevó a un rincón de nuestro país del que me enamoré irremediablemente. La verdad es que uno de los motivos por los que acepté el reto fue la actitud de quien fue mi jefe. La convicción de valorar lo que produce por el verdadero valor de lo que cuesta. 

Todos los viticultores que han asistido a mis clases conocen mi admiración por la mal vista y criticada autoestima de los franceses, muchos la llaman «chauvinismo», y mi devoción por el desacomplejado instinto comercial de los italianos. 

! Ojalá nos quisiéramos un poco más y tuviéramos menos complejos¡.

Por fin, había encontrado un bodeguero que defendía sus precios sin miedo ni complejos; para él era una cuestión de principios. Siempre he creído que si queremos la sostenibilidad, debemos empezar por pagar precios justos en toda la cadena de valor. Nos llenamos la boca hablando de un turismo sostenible, pero nunca lo será si los salarios de quienes trabajan en el sector no son justos. Solo poniendo el precio adecuado se crearán los mecanismos necesarios para conseguir encontrar quién pague el precio ideal  por lo que se ofrece, ya sea producto o servicio. No hay más misterio.

La pregunta que me hago, ahora que hablamos de proximidad, es saber si nuestro consumidor está preparado para pagar un precio justo. Observando qué compraban en la tienda de la bodega los visitantes nacionales e internacionales, era obvio que eran mercados antagónicos. Me preguntaba entonces y me pregunto hoy, si el famoso eslogan de esas grandes superficies lo aplicamos a diario cuando compramos.

Nadie es tonto, por lo tanto, ¿qué hace que los forasteros valoren nuestros productos mucho más que nosotros mismos? Los veías tan contentos comprando vino que te preguntabas si no habían encontrado un tesoro o una ganga inesperada en nuestra bodega.

Parece evidente que algo pasa, tanta disparidad debe obedecer a una cuestión racional; una compra de coste elevado no puede ser compulsiva, seguro que lo que compran lo encuentran barato, es más, pagaban casi lo mismo por el vino que por el transporte, y este concepto no era ni mucho menos un coste bajo. ! Yo no me lo podría permitir¡

A pesar de estar en una denominación de origen minúscula, es la segunda más pequeña de Cataluña, tener un nombre casi impronunciable para los anglófonos; muchos de los vinos que les dábamos a conocer los compraban alegremente, sin pudor ni prejuicios. 

Nos llenaba de alegría, pero, por otro lado, nos daba que pensar acerca de si nuestro consumidor no estaba preparado para pagar más por el mismo producto, y no solo hablo del nuestro, sino en general; hablo de los productos de proximidad.

Que haya en el mercado guías que ponen, de alguna manera, topes mentales a los precios del vino, me hace reflexionar acerca de si es que nuestros consumidores encuentran caro cualquier vino que supere ciertos precios o si es que el desconocimiento del consumidor hace que existan estas guías. 

Estas guías nacen con el propósito de orientar al consumidor en un abanico de vinos que ellos mismos ya consideran extraordinarios para su bolsillo. Está claro que si se venden es porque cubren una necesidad de mercado, ¿orientar?, ¿aconsejar en la compra de un vino que excede el presupuesto habitual? Me pregunto si no sería mejor que los consumidores adquirieran su criterio propio.

El turismo puede ayudar y mucho en este propósito; viajar transforma al viajero, la interpretación de los recursos turísticos ayuda en los nuevos aprendizajes y los buenos relatos ayudan en la fidelización hacia las marcas que se visitan. Trabajando en aquella bodega me quedó claro que el modelo que habíamos propuesto en el 2006 a otro territorio similar era de éxito si el relato y el servicio turístico se construían correctamente. Es un modelo vigente y replicable.

He tenido la suerte de catar vinos de precios escandalosamente elevados para mi bolsillo; por suerte siempre han sido obsequios. No diré que eran miles de veces mejores que otros, pero puedo afirmar que cumplen las necesidades de un público que necesita estos productos por el motivo que sea. La duda es: si existen estos consumidores, ¿por qué no los buscamos? Están, no hay ninguna duda. No es tarea fácil, pero no tengo dudas de que si se les da lo que necesitan, pagarán por ello.

En octubre del 2021 fui agasajado por la hospitalidad del Conde de Creixell. Tuve el honor de poder degustar el calificado como mejor vino del mundo; fue en La Rioja. La demanda de ese vino se triplicó por esa distinción otorgada por un gran prescriptor estadounidense; al finalizar la cena pensé que ojalá algún día pudiéramos llegar a tener esas 50 bodegas que vendan 50.000 botellas de más de 50 euros que tanto defiende Pedro. Ballesteros. Solo así podríamos desvanecer todos los complejos que nos atenazan, solo así podríamos alimentar esa autoestima que bajo mi punto de vista es injustificadamente baja.

Es cuestión de mentalidad.

Todos deberíamos luchar por romper estas barreras mentales. En la mesa del restaurante ya hemos roto muchas. Quizás, lo primero que debemos hacer es creérselo. 

La sostenibilidad pasa por dar este paso, es una cuestión de principios

Nota del autor: Este artículo se ha inspirado en un artículo publicado por el mismo en la revista digital «Va de vi» (22/02/2022): https://vadevi.elmon.cat/opinio/una-questio-de-principis-55465/

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