Paseando por la red X me apareció esta foto. Normalmente, la habría dejado pasar, como una más entre tantas. Ni es informativamente relevante, ni tiene un encuadre que la haga especialmente interesante. Diríamos que es tan normal como prescindible…
Y, sin embargo, me quedé enganchado. Tuve la impresión de que me era familiar. Y perdí un poco de tiempo. Aun sin llegar a acotarla exactamente, fui reconociendo el sitio. Sin embargo, como si hubiera estado en un concurso (de paisajes), me contuve y extremé las precauciones: «habrá tantos lugares parecidos…»
Pasado este punto de contención interior abrí el post que acompañaba la foto, y efectivamente era de un valle que baja de Nulles hacia El Padrós, a menos de un kilómetro de mi casa. He pasado muchas veces por allí y reconozco el lugar concreto; pero más que el emplazamiento exacto, lo que reconozco es la morfología: el color de la tierra (intrínsecamente y a través de la luz que se proyecta), el sistema de bancales irregulares que acompañan a la sinuosidad del valle, un horizonte abierto tras el que está el mar, el viñedo como cultivo predominante (y una creciente aparición de piezas de sembrado que desarmonizan tristemente al conjunto, pero que cada vez son más frecuentes), piedra caliza sin recortar, el almendro espontáneo y algún bosquecillo sin más. Todo a base de piezas pequeñas de cultivo. Todo esto y algún otro detalle inconsciente (hay una típica choza de viña) me hicieron pensar que estábamos en este secano próximo que constituye el descenso agrario y morfológico de la Plana del Alt Camp hacia el desfiladero del Gaià.
Naturalmente, el mundo es muy grande y probablemente encontraríamos imágenes que se parecerían a la fotografía que me pasó por delante. Y por supuesto, el algoritmo favorece coincidencias y proporciona un (alto) porcentaje de imágenes y contenidos de proximidad.
En cualquier caso, el gesto del ojo fue claro, enviando una alerta -que se confirmó relevante.
¿Hasta qué punto somos animales de un determinado paisaje?
Esto nos preguntamos cuando pensamos turísticamente, tanto como turistas como cuando actuamos como receptores, o mejor, como anfitriones: ¿cómo deben ser las futuras experiencias turísticas?
Sabiéndonos depositarios de ese tipo de mensajes neuronales que nos obligan a parar, y a pensar en esos detalles (casi) imperceptibles que confluyen en un lugar determinado. Estos cerros fueron los mismos que colonizaron los romanos hace más de 20 siglos, y después el Císter en el s. XII, y las personas que los transitan saben vivirlos discreta e inconscientemente. Acercarnos a esta mirada es un reto. A menudo, los territorios nos son ofrecidos desde la neutralidad, cuál trastienda urbana para un ocio de descompresión y sin más, sin carga significativa. Muchos van/vamos “al rural” a por un lugar que nos dé amplitud y tranquilidad al aire libre… y es una demanda básica que persiste. Pero quizá va siendo hora que vayamos imaginando otro paisaje más denso, más fino, más sutil, para el que hay una demanda creciente. Hay alguien en unas antípodas más o menos cercanas que está esperando que ejerzamos una hospitalidad antigua y sencilla, y que le regalemos los tesoros de nuestras retinas.
Oriol Pérez de Tudela Vilabella – Tarragona
9 de marzo de 2024
Foto obtenida desde este twitt https://x.com/NitoGine/status/1765039019904372982?s=20