Hoy nos hemos permitido traer hasta este modesto lugar un artículo de Miquel Bonet escrito para el periódico EL PAIS en su edición Catalana. Lo hemos traducido porque se hace eco del proyecto que nuestro facilitador Oriol Perez de Tudela ha abierto en una zona imponente por sus viñedos, sus monumentos colindantes, pero desierta de propuestas atractivas para los turistas responsables que todos buscamos, tal vez por falta de una empreneduría escasa cuando hay evidentes signos de despoblación
Nos parece uno de esos gestos que creemos ayudan a cambiar el rumbo de las cosas, por eso hoy os hemos traducido el artículo para que podáis ser testigos de la relevancia del mismo.
¿Y si el Hard Rock no se hace?
Miquel Bonet – 07 JUL 2024 – EL PAÍS – CATALUÑA – CULTURA
La Costa Dorada está atrapada en el modelo de siempre y solo puede permitirse continuar creciendo con nuevos macroespacios económicos, aunque lo que nos gustaría es un modelo bucólico de vino y cultura.
El Hard Rock se hará. Porque la gente se pregunta cómo nos ganaremos las habichuelas si no se hace. Pero, ¿saben hacer otra cosa en ese rincón del mundo? Viniendo del norte, saliendo de la AP-2 por detrás del macizo del Montmell, donde comienza el Campo de Tarragona, hay un lugar llamado Vilardida. No es muy conocido por la gente del país, excepto por la proximidad al santuario de la Virgen de Montserrat en Montferri, obra marcianísima de Jujol, y la existencia de un hotel semirrural donde se rodaban películas porno. O al menos eso se decía y todos lo comentaban. Tenemos la primera noticia de Vilardida entre los años 960 y 990, cuando los hermanos Calabuig y Guadamir —que habían tenido tratos previos con el conde Sunyer I de Barcelona— vendieron el castillo de Castellví de la Marca. Vilardida era una de las marcas y, por tanto, un puesto avanzado de los condados catalanes en el momento en que comenzaba la llamada reconquista. Lo compró un tal Sendred, que bien podría ser el noble Sendred de Gurb. Él y su hijo Bernat se dedicaron, alrededor del cambio de milenio, a fortificar esta frontera de los tramos altos de los ríos Francolí y Gaià y empezaron a mirar hacia abajo, a descender hacia la costa, hasta la desembocadura del río, donde está el castillo de Tamarit, que los Gurb también compraron y fortificaron. El Gaià corre junto a Vilardida y, siguiendo el torrente, solo son veinte kilómetros hasta llegar al mar. Es el nervio desde donde se originó la repoblación cristiana de la Cataluña Nueva costanera, y aún hoy una línea de castillos nos permite intuir que la incursión en este territorio no fue fácil y tenía valor estratégico. Este es el inicio de la colonización catalana de Tarragona, que ha durado hasta nuestros días y que está a punto de terminar porque hay otros colonos que están pidiendo turno.
No pasa nada, es ley de vida. Anteriormente allí residieron un par de siglos los moros, desde que al-Hurr tomó la antigua ciudad imperial en el 716. Los francos, antes, habían saqueado toda la Tarraco a conciencia, así que no debió ser muy complicado. Los romanos reprimieron a los íberos hasta exterminarlos, y así sucesivamente. Ahora los catalanes están en retirada, pero ya tenemos otras tribus y civilizaciones preparadas para tomar el relevo, solo hay que asomarse por la ventana o mirar cualquier encuesta de usos lingüísticos. Da igual. Cabe destacar, sin embargo, que no todos los pueblos y caudillos que han pasado por Tarragona han dejado la misma huella y lo que ahora se llamaría, en términos económicos, «valor añadido». Los romanos, por ejemplo, trajeron y extendieron la vid, que durante siglos y hasta hoy ha sido un sello distintivo de la región. Todo el campo tarraconense estaba plantado de vides y proveía al Imperio con una producción abundante y barata que llegó a reventar los precios, hasta el punto que los viticultores romanos del Lacio tuvieron que montar una protesta en el puerto de Ostia al más puro estilo del campesino francés en la Junquera. Ni siquiera la filoxera pudo acabar con la identificación del vino con Tarragona y hasta bien entrado el siglo XX el puerto de la ciudad exportaba más litros de su hinterland que toda La Rioja junta. Eso sí, siempre con el condicionante del bajo precio y la calidad mediocre de un vino que se exportaba a granel y se embotellaba en destino.
Comenzamos a encontrar un patrón: el bajo coste ha sido una constante en toda la historia económica de la región. Otro colonizador que dejó un legado muy bonito fue el general Franco. Con la inestimable colaboración de los nativos afectos, los españoles llevaron a Tarragona la industria petroquímica y, sobre todo, el turismo masivo, fruto de un plan de apertura y desarrollo que comprendía playas de toda España, entre las cuales, las de la llamada Costa Dorada y especialmente las de Salou.
Pero volvamos a la Historia de Vilardida, nuestro refugio interior. En 1151, Ramón de Llorenç inició la construcción de una fortaleza allí, lo cual tiene un interés relativo. Pero en 2024 el viticultor Oriol Pérez de Tudela compra la iglesia del pueblo para poner allí barricas de vino y realizar actos culturales, algo quizá más interesante. Bueno, no la compra: obtiene un derecho de superficie y uso por 55 años del Arzobispado, que ha procedido a desconsagrar el espacio. Se ha hecho todo con respeto. Fui testigo de cómo, el día de la reconsagración de la iglesia de Vilardida como nuevo edificio de culto enocultural, se leyeron desde el órgano unos pasajes de De rerum natura de Lucrecio, porque es feo echar a un dios de un lugar sin poner otro sustituto, aunque sea pagano. Pérez de Tudela, de Valls, hace vino con su señora Mercè Salvat en la bodega Vinyes del Tiet Pere en Vilabella, un poco más abajo. Además, es digamos un dinamizador cultural de este eje fundacional de las Tierras del Gaià. Y también de la DO Tarragona hasta que le enseñaron la puerta: tenía demasiadas ideas. No es el único animal urbano que se ha refugiado en el Gaià. El también activista tarraconense Bernat Ríos, alma de los ya tradicionales festivales de cultura vinícola Santa Teca y l’Embutada, también ha puesto su grano de arena en este minivalle de los castillos, tomando el relevo del cineasta Bigas Luna o del pintor Bartolozzi, que fueron una especie de pioneros en detectar la importancia geográfica y cultural de esta franja fronteriza. Es un momento de repliegue étnico, y la tendencia es ir a buscar orígenes donde hasta hace poco solo había caserones de piedra abandonados y despoblación. La diferencia y la particularidad de este momento es la confluencia de esta inquietud cultural e identitaria con la actividad primigenia que daba sentido económico al territorio una vez perdió su función de avanzada militar: el vino y la vid. Pérez de Tudela lo tiene claro: el único modelo productivo que ha tenido éxito en Tarragona y no ha dado la espalda a la región es el vinícola, el que le es propio desde hace siglos, está arraigado y no conlleva externalidades destructivas, como la industria y el turismo masificado, que es lo que ahora parece que, por fin, nos preocupa.
El ejemplo paradigmático de este éxito es el Priorat. Los vinos que se hacen allí tienen prestigio internacional, algo que es la excepción tarraconense (por el momento). La calidad del producto y del relato agrícola de la comarca —medio épico, medio lírico— ha conllevado la consolidación del mejor turismo que se puede encontrar en Tarragona: respetuoso, interesado en la cultura del país y que deja dinero. Se calcula que la riqueza que aporta el visitante amante del vino respecto del turista de playa tiene un factor de multiplicación por 3. El reto es saber si se puede escalar el modelo Priorat al resto de la región, teniendo en cuenta que el Priorat es un ámbito pequeño, delimitado y orográficamente particular. Según Pérez de Tudela —que estudia si se puede replicar el modelo en el Gaià—, la demanda existe y no se están haciendo suficientes esfuerzos para satisfacerla. Y eso a pesar de que los responsables de la Administración lo saben, en teoría.
La última campaña de promoción del organismo de la Generalitat INCAVI tenía, aunque el contenido parecía más bien de un anuncio de Estrella Damm, un lema inequívoco: «El vino es cultura». Y en el manifiesto impulsado también por el gobierno catalán de cara al evento “Cataluña. Región Mundial de la Gastronomía 2025”, parece que lo tienen clarísimo: “Apostar por un cambio de modelo hacia un turismo enogastronómico regenerativo y de calidad, que aporte valor a la comunidad, asociado a un modelo de producción agroalimentaria arraigado y comprometido con el territorio y, por tanto, un nuevo modelo económico que sea respetuoso tanto con la comunidad como con la cultura y el entorno natural que lo acoge”. Precioso. La pregunta que deberíamos hacernos ahora es: si todos —agentes privados y entes públicos— entienden los peligros del turismo masivo desvinculado de la cultura propia, el diagnóstico del problema es compartido y se ha identificado una demanda internacional insatisfecha de turistas potencialmente mejores, ¿por qué todas las presiones —hasta el punto de hacer caer un Gobierno— están encaminadas a reforzar el modelo contrario, el modelo de casinos y turismo alienado que depreda recursos?
La respuesta tiene varios aspectos. El primero es la hipocresía. Más que nunca el discurso oficial —como una letanía diseñada para calmar conciencias, justificar sueldos y no tocar nunca los pies en la tierra— está desvinculado de los hechos. La realidad es dura como el hormigón, y todo eso tan bonito del cambio a un modelo turístico lleno de contenido y buenas intenciones que nos ha de salvar del desastre es todavía una idea minoritaria. Y dentro de esa minoría, la mayoría solo dice que cree en ella porque es lo que toca decir. Bajemos a la playa, hacia Salou. Allí encontramos un tejido empresarial escaso, unas cifras de ocupación comercial que ya han superado el umbral estadístico de la desertificación (como en muchas ciudades medias del país, pero amplificado) y unos ingresos municipales por actividades económicas irrisorios —según los últimos datos, solo un 4% de esos ingresos provienen del IAE, lejos del 13% de Vila-seca, el 10% de Tarragona y el 54% de la Pobla de Mafumet; son poblaciones alimentadas por la industria. En cambio, este año los datos de ocupación hotelera y duración de la estancia de los visitantes son excelentes. De hecho, si descontamos las excepciones insulares, Madrid —que ya es el principal destino turístico de España— y un poco Barcelona, encontramos que Benidorm y Salou continúan siendo en términos absolutos los máximos polos turísticos del Estado. Exactamente como el franquismo diseñó el producto rancio de sol y playa. El cruce de todas las estadísticas da un mensaje claro: Salou —y detrás toda la Costa Dorada— está atrapado, como una condena hecha de éxito incontrolable, en el modelo de siempre, y solo puede permitirse continuar creciendo con la implantación de nuevos macroespacios económicos, como fue en su momento Port Aventura y ahora será Hard Rock. Es tan grande el transatlántico que costará mucho hacerlo virar, aunque lo que nos gustaría a todos sea un modelo bucólico de vino y cultura propia.
De hecho, no hay ningún turismo que no tenga una cultura detrás, y la de la Costa Dorada está muy bien definida aunque a muchos les parezca execrable. Cuando pase la tormenta política y la opinión pública se canse de protestar, el Hard Rock se hará. Porque hay demasiada gente a quien le conviene que se haga. Y el turismo que tendremos, mayoritariamente, será de bajo coste, como el vino que el puerto de Tarragona vendía al Imperio. Pero aunque nadie apueste por ello, siempre podremos decir que había una alternativa, recluida en una iglesia en el recóndito lugar de Vilardida.
Texto Original en Catalan: https://elpais.com/quadern/2024-07-06/i-si-el-hard-rock-no-es-fes.html
Si quereis ver la propuesta aqui teneis un video sobre el proyecto que Oriol ha puesto en marcha:
Aqui teneís un enlace al video de la «desconsagración» de la ermita de la cual hace referencia el autor del artículo y de la cual fuimos testimonios junto con otros invitados de Oriol