Tras leer el último artículo del profesor Donaire y tras una conversación con Oscar Ubide gerente de la Boquería me he decidido a compartir con vosotros estas reflexiones.
En un mundo que avanza a un ritmo vertiginoso, la idea del turismo lento surge como un bálsamo para una sociedad que, en muchas ocasiones, parece estar enferma de inmediatez y superficialidad. La premisa del turismo lento es simple: invitar a los viajeros a ralentizar su paso y sumergirse en la esencia de cada destino. En lugar de acumular experiencias efímeras, este enfoque promueve la conexión auténtica con los lugares que visitamos, permitiéndonos descubrir los detalles que a menudo pasan desapercibidos en la frenética búsqueda de la siguiente atracción turística.
El turismo lento no solo transforma la manera en que viajamos, sino que también fomenta un respeto profundo por el entorno. Al optar por modos de transporte más sostenibles y limitar el número de destinos en un viaje, los viajeros se alinean con políticas de descarbonización y sostenibilidad. A medida que las proyecciones indican un incremento en los costos de transporte debido a la necesidad de reducir emisiones, el turismo lento se presenta como una alternativa viable y necesaria. En lugar de volar de un lugar a otro, ¿por qué no explorar un solo destino en profundidad, disfrutando de sus paisajes, gastronomía y cultura? En vez de viajes cortos porque no volvemos a los viajes que implicaban unas cuantas semanas de estancia en el destino.
El futuro del turismo, y quizás de la sociedad en su conjunto, radica en el valor de la lentitud. La prisa nos ha robado el arte de la contemplación, y en la era de la inmediatez, hemos olvidado el significado del silencio y la conexión con la naturaleza. Al abrazar un enfoque más pausado, los viajeros pueden redescubrir la belleza de un atardecer, el murmullo de un arroyo o el susurro del viento entre los árboles. Estas experiencias, que a menudo se pasan por alto, son las que realmente nutren el alma y nos permiten conectarnos con nuestro entorno y con nosotros mismos.
Además, el turismo lento se entrelaza con la cultura local de maneras que el turismo masivo no puede lograr. Al elegir alojamientos pequeños y familiares, comer en restaurantes locales y participar en actividades comunitarias, los viajeros no solo enriquecen su propia experiencia, sino que también aportan a la economía local y promueven la preservación de tradiciones y saberes. Esta conexión genuina transforma el acto de viajar en un viaje transformador, donde cada interacción se convierte en una oportunidad para aprender y crecer.
La lentitud en el turismo no se trata de hacer menos, sino de hacer más en un sentido más profundo. Cada paso se convierte en una meditación, cada encuentro en un regalo. En este contexto, el tiempo se convierte en un aliado y no en un enemigo. Los viajes lentos ofrecen la oportunidad de desconectar del ruido cotidiano, de reflexionar y de realmente vivir el momento presente.
El turismo lento nos invita a redescubrir el arte de viajar con conciencia y atención. Nos recuerda que el verdadero viaje no se mide en kilómetros recorridos, sino en conexiones forjadas y experiencias vividas. Adoptar un enfoque más pausado no solo transforma nuestra forma de viajar, sino que también tiene el potencial de cambiar nuestra forma de vivir. En un mundo donde la lentitud se ha vuelto un lujo, el turismo lento se erige como una respuesta necesaria para construir un futuro más sostenible y significativo, desde aquí reivindicamos un turismo que trate los destinos que visita como si de un museo se tratase, un espacio donde la velocidad se ralentiza, donde contemplamos, susurramos y donde el respeto por las obras de arte que allí hay expuesta nos conmocionan.
Ojalá paremos y reflexionemos. Es conveniente, oportuno y necesario